Mi reseña:

"El trabajo es agotador, y el olor a guano y a pescado que constantemente regurgitan los pingüinos adultos para alimentar a los pichones hacer que el aire sea irrespirable, muy distinto al ya conocido olor a ballena muerta."
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Juana es una estudiante de biología de la UBA, parece tener veinticortos, vive con sus padres y está de novia con quien cree es el amor de su vida. En conflicto, sin embargo, con este amor, parte durante el verano a hacer una pasantía en un museo que se encuentra en la bahía Harberton, sobre el canal de Beagle, Tierra del Fuego; un lugar aislado e inhóspito. Allí se vinculará con distintos estudiantes y profesionales, y estudiará la fauna marina que tanto le fascina.
Pasan los días entonces en la punta del planeta y todo ronda alrededor del conflicto amoroso de la protagonista (y más por arriba, de lxs otrxs); a mi criterio, muy infantil. Su novio potro en Misiones que no le escribe y ella intenta conectarse con lo que le pasa. Los vínculos amorosos, para todos los personajes en general, son muy asimétricos, patriarcales. Quizás por el marco temporal (por ciertas referencias, diría que son los 90), hay una naturalización de la violencia de género, intelectual y sexual; las relaciones son posesivas y se marca territorio, en el amor se sufre, el enamoramiento es épico y abundan los comentarios machirulos. Sin embargo, nada de esto es conflicto en sí.
¿Cuál es el conflicto? La vida amorosa de la protagonista quien, mientras intenta destrabar qué hacer, escucha los conflictos de sus compañerxs que, la verdad, son mucho más profundos que los de ella. Una noche es testigo de un varamiento masivo de medusas que funciona como una suerte de epifanía que se conecta con el final épico de la historia.
No es el tipo de novela que elijo yo; me gusta más lo profundo e intenso, pero si tenés ganas de leer algo que se lee rápido y que no hayas tragedias, te lo recomiendo. 

Editorial: Alto pogo