Mi reseña:
“Ser viejo era un trabajo duro. Es como ser bebé, pero a la inversa. Un niño pequeño aprende algo nuevo cada día; un anciano olvida algo cada día. Los nombres desaparecen, las fechas ya no significan nada, las secuencias se tornan confusas y las caras borrosas. La primera infancia y la vejez son épocas agotadoras.”
___________
Es en un típico domingo invernal Londinense que la señora Laura Palfrey, recientemente viuda, llega al Claremont, un hotel que funciona para un grupo de ancianos como una suerte de antesala o vestíbulo del geriátrico al que saben que muy posiblemente llegaran una vez perdida la poca independencia, autonomía y lucidez mental que todavía mantienen. El señor Osmond, un anciano cascarrabias, y la señora Arbuthnot, una octogenaria con lengua filosa, son algunos de los abuelos que comparten sus solitarios días en las salas del hotel. ¿Cuál es la envidia de todos? Que alguien de la familia se acuerde de alguno de ellos y una visita se concrete. Largas jornadas viven de presumidas próximas visitas de algún hijo o nieto, pero rápidamente sienten la humillación provocada por las miradas de tristeza y compasión cuando nadie aparece, nunca. La señora Palfrey tiene una hija que vive en Escocia, con quien intercambia frías, distantes y obligadas cartas, y un nieto que, como vive en la misma ciudad, le mantiene la chispa de la ilusión, sin embargo, no demuestra interés alguno por ella. Un día, la señora Palfrey sale a caminar, tropieza y cae; desconsolada decide esperar a recuperar las fuerzas que le permitan levantarse hasta que un joven, como un ángel enamorado, la ayuda a levantarse y le cura la herida de su rodilla. Ludo, aspirante a escritor, se convierte en la luz de sus ojos y el centro de su vida, y ambos en su desesperada necesidad de compañía, se vuelven cómplices de un plan para combatir la soledad cotidiana. Gracias al narrador omnisciente, podemos entrar en los corazones y pensamientos de los abuelos que saben que sus últimos días se acercan.
Me generó infinita tristeza entender el valor que cobran aquellos quienes aún tienen seres queridos que piensan en ellos, entender que ellos son en tanto alguien los visite. Ellos vivirán allí hasta ser llevados a algún asilo, porque allí, en el Claremont, tienen prohibido morir.
Editorial: La Bestia Equilátera
Prohibido morir aquí - Elizabeth Taylor
Mi reseña:
“Ser viejo era un trabajo duro. Es como ser bebé, pero a la inversa. Un niño pequeño aprende algo nuevo cada día; un anciano olvida algo cada día. Los nombres desaparecen, las fechas ya no significan nada, las secuencias se tornan confusas y las caras borrosas. La primera infancia y la vejez son épocas agotadoras.”
___________
Es en un típico domingo invernal Londinense que la señora Laura Palfrey, recientemente viuda, llega al Claremont, un hotel que funciona para un grupo de ancianos como una suerte de antesala o vestíbulo del geriátrico al que saben que muy posiblemente llegaran una vez perdida la poca independencia, autonomía y lucidez mental que todavía mantienen. El señor Osmond, un anciano cascarrabias, y la señora Arbuthnot, una octogenaria con lengua filosa, son algunos de los abuelos que comparten sus solitarios días en las salas del hotel. ¿Cuál es la envidia de todos? Que alguien de la familia se acuerde de alguno de ellos y una visita se concrete. Largas jornadas viven de presumidas próximas visitas de algún hijo o nieto, pero rápidamente sienten la humillación provocada por las miradas de tristeza y compasión cuando nadie aparece, nunca. La señora Palfrey tiene una hija que vive en Escocia, con quien intercambia frías, distantes y obligadas cartas, y un nieto que, como vive en la misma ciudad, le mantiene la chispa de la ilusión, sin embargo, no demuestra interés alguno por ella. Un día, la señora Palfrey sale a caminar, tropieza y cae; desconsolada decide esperar a recuperar las fuerzas que le permitan levantarse hasta que un joven, como un ángel enamorado, la ayuda a levantarse y le cura la herida de su rodilla. Ludo, aspirante a escritor, se convierte en la luz de sus ojos y el centro de su vida, y ambos en su desesperada necesidad de compañía, se vuelven cómplices de un plan para combatir la soledad cotidiana. Gracias al narrador omnisciente, podemos entrar en los corazones y pensamientos de los abuelos que saben que sus últimos días se acercan.
Me generó infinita tristeza entender el valor que cobran aquellos quienes aún tienen seres queridos que piensan en ellos, entender que ellos son en tanto alguien los visite. Ellos vivirán allí hasta ser llevados a algún asilo, porque allí, en el Claremont, tienen prohibido morir.
Editorial: La Bestia Equilátera
Productos similares

1 cuota de $27.000,00 sin interés | CFT: 0,00% | TEA: 0,00% | Total $27.000,00 |














1 cuota de $27.000,00 sin interés | CFT: 0,00% | TEA: 0,00% | Total $27.000,00 |









2 cuotas de $16.702,20 | Total $33.404,40 | |
3 cuotas de $11.624,40 | Total $34.873,20 | |
6 cuotas de $6.740,10 | Total $40.440,60 | |
9 cuotas de $4.975,50 | Total $44.779,50 | |
12 cuotas de $4.052,25 | Total $48.627,00 | |
24 cuotas de $3.384,56 | Total $81.229,50 |







3 cuotas de $12.626,10 | Total $37.878,30 | |
6 cuotas de $7.902,00 | Total $47.412,00 |

3 cuotas de $13.230,00 | Total $39.690,00 | |
6 cuotas de $8.514,00 | Total $51.084,00 |

18 cuotas de $3.648,60 | Total $65.674,80 |







