En los once relatos que conforman La sombra del animal, Vanesa Guerra construye un sistema narrativo que indaga en distintas posibilidades del lenguaje. A partir de variaciones sutiles —cambios de ritmos, asociaciones, mínimas marcas temporales, sintácticas o gramaticales— define íntimas relaciones entre lo narrado y el modo en que lo hace: cuando un ratón se escapa de un sueño o en los pormenores narcóticos de una relación despareja entre dos mujeres el texto asume una condición alucinada; frente a la obstinación de un personaje por recordar un número se presenta con una extraña alteración temporal; el sonido de un piano y el hallazgo de una banqueta descartada remiten directamente a las lecciones de música de la infancia y de allí a un casi ingenuo miedo a las sombras.
Curiosamente, es en la habilidad para asumir diversas voces, en esa versatilidad, donde mejor puede apreciarse el resultado de la apuesta de Guerra: los indicios de constitución de una poética sólida, la huella de una voz propia.