Si seguís barriendo, vas a tener que volver a bañarte. Quedate quieta, que ya deben estar por llegar. Vas a gastar el piso –le dijo el padre y los dos se rieron. El viejo se ponía bueno cuando estaban por salir a alguna parte, se olvidaba de quejarse por cualquier cosa. Con los años, los pisos asentados en tierra que había barrido su abuela parecían de piedra. De piedra gris opaca. Para que revivieran había que baldear, pero ya se había calzado las zapatillas blancas. Las que se ponía después de bañarse, cuando no había nada más que limpiar. Ni tiempo para aprontar el mate había, llegarían en cualquier momento. Así que se quedaron sentados, mirando a la gata, mirándose los pies, mirando de nuevo a la gata que metía la garra en la cueva de un sapo.
***
Margarito abre los ojos de a poco y los deja clavados en lo primero que enfoca: una rama. Qué jodido es a veces volver del sueño. El sol le dio de lleno durante toda la siesta y lo dejó abombado. Ni la mirada se anima a mover, siente que el cuerpo no le responde. Piensa en Gorosito, uno que, mamado, se había quedado dormido al sol. Un mediodía de enero. Él mismo lo había visto, pero qué se iba a imaginar que el desgraciado, cuando quiso despertarse, ya estaba muerto. Achicharrado por la ginebra y el sol. Y eso que no se cansaba de repetir, cuando podía, que “la ginebra es traicionera, la ginebra te deja sin piernas”. A lo mejor no sabía que los consejos solo sirven para los demás, el pobre Gorosito, que en paz descanse.

Editorial: Alto pogo

El tiempo que lleve olvidar - Mercedes Bisordi

$3.000,00
Sin stock
El tiempo que lleve olvidar - Mercedes Bisordi $3.000,00
Compra protegida
Tus datos cuidados durante toda la compra.
Cambios y devoluciones
Si no te gusta, podés cambiarlo por otro o devolverlo.

Si seguís barriendo, vas a tener que volver a bañarte. Quedate quieta, que ya deben estar por llegar. Vas a gastar el piso –le dijo el padre y los dos se rieron. El viejo se ponía bueno cuando estaban por salir a alguna parte, se olvidaba de quejarse por cualquier cosa. Con los años, los pisos asentados en tierra que había barrido su abuela parecían de piedra. De piedra gris opaca. Para que revivieran había que baldear, pero ya se había calzado las zapatillas blancas. Las que se ponía después de bañarse, cuando no había nada más que limpiar. Ni tiempo para aprontar el mate había, llegarían en cualquier momento. Así que se quedaron sentados, mirando a la gata, mirándose los pies, mirando de nuevo a la gata que metía la garra en la cueva de un sapo.
***
Margarito abre los ojos de a poco y los deja clavados en lo primero que enfoca: una rama. Qué jodido es a veces volver del sueño. El sol le dio de lleno durante toda la siesta y lo dejó abombado. Ni la mirada se anima a mover, siente que el cuerpo no le responde. Piensa en Gorosito, uno que, mamado, se había quedado dormido al sol. Un mediodía de enero. Él mismo lo había visto, pero qué se iba a imaginar que el desgraciado, cuando quiso despertarse, ya estaba muerto. Achicharrado por la ginebra y el sol. Y eso que no se cansaba de repetir, cuando podía, que “la ginebra es traicionera, la ginebra te deja sin piernas”. A lo mejor no sabía que los consejos solo sirven para los demás, el pobre Gorosito, que en paz descanse.

Editorial: Alto pogo