Maravillas pulgares sorprende con un relativo tono menor, desde la dedicatoria a la madre de la autora. El libro, que emana al inicio un lirismo tierno, a poco andar se detiene en esa cabellera distintiva de los autorretratos de la hablante: “[...] Me tumbaré en la tarde a esperar la noche/ Esperaré que pase/ y que pise mi morada y se recueste/ Sorteando lejos mis pasos febles [...]” (“Fronda de pelos”), marcando la disposición asombrada de la voz femenina hacia un lirismo de la cotidianidad, en el tono y léxico tan propios de Berenguer. En “Gruesa de ajos tinte” leemos la condición de mujer expuesta con dejos lúdicos incluso en la adjetivación misma: “Vibrante y negrona/ hasta la cintura/ Una cuelga antes de llegar/ a la nalgada estelar/ [...]”. Resurgen, asimismo, instantáneas de las tensiones sociales citadinas: “[...] Mataron a un skin head nazi/ Y llegaron los nazis a mi plaza/ Le hicieron una animita al nazi muerto [...]”, con una distancia observadora que cede en el rescate de la religiosidad popular, de nuevo muy presente en Berenguer.
También hay espacio para la prosa testimonial: “Cuando mi mamá sale de casa, siento morirme, sólo pienso en desgracias. [...] Hay un vacío sin ella. Llena tanto la casa. A veces la amo como si fuera una niñita de seis años y otras la detesto como una chica de quince [...]”. Similarmente, el texto dramáticoteatral que cierra el libro sugiere que las “escritoras chilenas” son madre e hija en la red tan sofocante como sostenedora de las relaciones familiares, tragedia y comedia aunadas.

Maravillas pulgares - Carmen Berenguer

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Maravillas pulgares sorprende con un relativo tono menor, desde la dedicatoria a la madre de la autora. El libro, que emana al inicio un lirismo tierno, a poco andar se detiene en esa cabellera distintiva de los autorretratos de la hablante: “[...] Me tumbaré en la tarde a esperar la noche/ Esperaré que pase/ y que pise mi morada y se recueste/ Sorteando lejos mis pasos febles [...]” (“Fronda de pelos”), marcando la disposición asombrada de la voz femenina hacia un lirismo de la cotidianidad, en el tono y léxico tan propios de Berenguer. En “Gruesa de ajos tinte” leemos la condición de mujer expuesta con dejos lúdicos incluso en la adjetivación misma: “Vibrante y negrona/ hasta la cintura/ Una cuelga antes de llegar/ a la nalgada estelar/ [...]”. Resurgen, asimismo, instantáneas de las tensiones sociales citadinas: “[...] Mataron a un skin head nazi/ Y llegaron los nazis a mi plaza/ Le hicieron una animita al nazi muerto [...]”, con una distancia observadora que cede en el rescate de la religiosidad popular, de nuevo muy presente en Berenguer.
También hay espacio para la prosa testimonial: “Cuando mi mamá sale de casa, siento morirme, sólo pienso en desgracias. [...] Hay un vacío sin ella. Llena tanto la casa. A veces la amo como si fuera una niñita de seis años y otras la detesto como una chica de quince [...]”. Similarmente, el texto dramáticoteatral que cierra el libro sugiere que las “escritoras chilenas” son madre e hija en la red tan sofocante como sostenedora de las relaciones familiares, tragedia y comedia aunadas.