Mi reseña:
“Habían pasado tantos años desde mi última cita que ya me consideraba una fundamentalista de la imposibilidad. Sentía que el fracaso era mi destino. Durante casi una década no recibí demasiadas propuestas. Al principio me victimizaba, infiriendo que siempre había tenido mala suerte en el amor.”
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Ruth desea encontrar el amor pero sistemáticamente se choca con el muro del rechazo. Se convenció de que nadie la encuentra atractiva, sus antenas receptoras de señales de atracción por parte de los hombres perdieron percepción por completo, y el único motivo por el que eso puede llegar a suceder es si la otra persona está bajo el efecto de las drogas. Un día se encuentra con Félix, con quién tuvo una vez un vínculo inestable, y luego recibe una invitación a tomar algo. La posibilidad de que detrás de las líneas haya interés fuera del de ponerse al día resulta improbable; ella acepta sin muchas expectativas. Ahí comienza el interminable círculo del autoboicot. Se ven cuándo, cómo y dónde él quiere. Ella se ubica en el exacto lugar para ser rechazada, y cualquier estrategia que elija la deja en una obvia exposición que le reafirma su falta de amor propio. Entra en un estado de negación que la enceguece de ver lo que realmente pasa, porque enfrentar el problema es a veces mucho más difícil que seguir flotando, y acepta el desaire y el desamor constante. Leerlo resulta exasperante, ¿cómo no se da cuenta? Si siempre pasa lo mismo en cada relación, uno termina asumiendo que es uno mismo el responsable. ¿Y lo es? Algunos factores pueden venir del otro lado, pero muchas veces terminamos dándonos cuenta que es un patrón que uno busca, para volver a fracasar, una y otra vez, y confirmar lo que sentimos: que siempre es culpa nuestra, que siempre nos van a rechazar, y que nunca nos van a elegir. Y para protegernos de ese rechazo, no actuamos, no expresamos nuestros propios deseos, esperando que el otro lo entienda y actúe, pero en la mayoría de los casos, eso nunca llega, porque el otro también tiene sus miedos y sus trabas.
Editorial: Tenemos las Máquinas
Los triunfos pasajeros - Melina Dorfman
Mi reseña:
“Habían pasado tantos años desde mi última cita que ya me consideraba una fundamentalista de la imposibilidad. Sentía que el fracaso era mi destino. Durante casi una década no recibí demasiadas propuestas. Al principio me victimizaba, infiriendo que siempre había tenido mala suerte en el amor.”
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Ruth desea encontrar el amor pero sistemáticamente se choca con el muro del rechazo. Se convenció de que nadie la encuentra atractiva, sus antenas receptoras de señales de atracción por parte de los hombres perdieron percepción por completo, y el único motivo por el que eso puede llegar a suceder es si la otra persona está bajo el efecto de las drogas. Un día se encuentra con Félix, con quién tuvo una vez un vínculo inestable, y luego recibe una invitación a tomar algo. La posibilidad de que detrás de las líneas haya interés fuera del de ponerse al día resulta improbable; ella acepta sin muchas expectativas. Ahí comienza el interminable círculo del autoboicot. Se ven cuándo, cómo y dónde él quiere. Ella se ubica en el exacto lugar para ser rechazada, y cualquier estrategia que elija la deja en una obvia exposición que le reafirma su falta de amor propio. Entra en un estado de negación que la enceguece de ver lo que realmente pasa, porque enfrentar el problema es a veces mucho más difícil que seguir flotando, y acepta el desaire y el desamor constante. Leerlo resulta exasperante, ¿cómo no se da cuenta? Si siempre pasa lo mismo en cada relación, uno termina asumiendo que es uno mismo el responsable. ¿Y lo es? Algunos factores pueden venir del otro lado, pero muchas veces terminamos dándonos cuenta que es un patrón que uno busca, para volver a fracasar, una y otra vez, y confirmar lo que sentimos: que siempre es culpa nuestra, que siempre nos van a rechazar, y que nunca nos van a elegir. Y para protegernos de ese rechazo, no actuamos, no expresamos nuestros propios deseos, esperando que el otro lo entienda y actúe, pero en la mayoría de los casos, eso nunca llega, porque el otro también tiene sus miedos y sus trabas.
Editorial: Tenemos las Máquinas
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