No hace mucho tiempo hemos compartido con Jotaele Andrade un recital de música y poesía. Él leía, yo cantaba, yo leía y él cantaba. Qué límite impreciso ese de la palabra hablada y la cantada. Nunca sabremos exactamente dónde se ubica esa delgadísima línea. Y ese tal vez sea uno de los temas que aparecen en sus poemas aunque no esté ello explicitado. Este hombre habla del cuerpo, de la putrefacción de las cosas, de la intemperie vital, del deseo constitutivamente trivial y de la huida constante del mundo. Temor y temblor sobrevuelan su cuerpo y sus palabras porque las cosas y las vidas son metales furiosos que golpean sobre ellas mismas. En el descalabro de las herencias, en el hueso que también se deshace, persigue el sonido del misterio, de la memoria, de la música. No temo tus palabras, amigo, porque el canto es la memoria del graznido, del relincho, del mugido, de la piedra que cae y golpea sin cesar al igual que tus palabras. – Liliana Herrero

Editorial: Añoz luz

Los metales terrestres - Jotaele Andrade

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No hace mucho tiempo hemos compartido con Jotaele Andrade un recital de música y poesía. Él leía, yo cantaba, yo leía y él cantaba. Qué límite impreciso ese de la palabra hablada y la cantada. Nunca sabremos exactamente dónde se ubica esa delgadísima línea. Y ese tal vez sea uno de los temas que aparecen en sus poemas aunque no esté ello explicitado. Este hombre habla del cuerpo, de la putrefacción de las cosas, de la intemperie vital, del deseo constitutivamente trivial y de la huida constante del mundo. Temor y temblor sobrevuelan su cuerpo y sus palabras porque las cosas y las vidas son metales furiosos que golpean sobre ellas mismas. En el descalabro de las herencias, en el hueso que también se deshace, persigue el sonido del misterio, de la memoria, de la música. No temo tus palabras, amigo, porque el canto es la memoria del graznido, del relincho, del mugido, de la piedra que cae y golpea sin cesar al igual que tus palabras. – Liliana Herrero

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