Desde que Diego Alfaro Palma llegó a la Argentina en 2013, Litoral Central es su segundo libro publicado. Luego de Tordo (Premio Municipal de Santiago 2015) ―obra que se mete directamente con la flora de Chile y sus geografìas―, Litoral se incrusta de lleno en ese campo chileno que son sus plantas, sus yuyos, su arena, el mar. Y desde ese suelo crecido, Diego Alfaro habla codo a codo con los grandes poemas de su tierra.

Porque tres cosas ocurren en Litoral Central: un amor por lo simple, un amor por lo poco ―o lo que podría no estar―, y una voz que reúne esas dos cosas en forma de devoción. Devoción que no deja de hacernos ver, sin embargo, la inserción de ese mundo íntimo en la acuciante realidad: “Perdona a esos industriales que no saben lo que hacen / Danos la fe de aguardar la lluvia para las verduras”. Esta es la experiencia que se lee en Litoral Central. El libro amadrina lo personal pero lo diferencia de lo privado, muestra lo íntimo pero lo diferencia de lo individual. Y esa experiencia hermana al lector con la poesía de este autor y con esta región que llamamos Sudamérica.

Pero algo especial pasa también en el poema “En el Bowen”, perteneciente a la primera sección del libro titulada “Vaguada costera”. Ahí leemos: “Te digo hay robles peumos y boldos para regenerar la tierra / y una flor de azar me respondes una flor de azar una flor de azar / y me calmo”. Y así Alfaro Palma la crea, un poco como pidiéndola y otro poco como agradeciendo. Y eso calma al lector, y —como dice el epígrafe del libro— nos devuelve al verano. 

El verano que devuelve esa flor de azar evocada por Alfaro Palma, podría leerse, incluso, como la tarea de la poesía. El detalle, mínimo y frágil, de esa flor restituye una historia que se ha encargado de arrasar la posibilidad de toda devoción frente a lo ínfimo. En esos versos leemos entonces también la tarea de la poesía: contar la historia que ni los gobiernos ni las instituciones de nuestra latitud han contado. Lo dice el mismo poeta en una entrevista: “Creo que gran parte de la historia la pudimos conocer gracias a la poesía. Y es nuestro valor moral frente al decaimiento de las instituciones”. 

En todo caso, hay algo cierto: la voz de Alfaro Palma es una mirada sobre las cosas. Eso llamamos su física: una mirada que le hace una piedad a la realidad que tenemos. Una piedad que le acaricia el lomo a la vida.

Litoral Central - Diego Alfaro Palma

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Desde que Diego Alfaro Palma llegó a la Argentina en 2013, Litoral Central es su segundo libro publicado. Luego de Tordo (Premio Municipal de Santiago 2015) ―obra que se mete directamente con la flora de Chile y sus geografìas―, Litoral se incrusta de lleno en ese campo chileno que son sus plantas, sus yuyos, su arena, el mar. Y desde ese suelo crecido, Diego Alfaro habla codo a codo con los grandes poemas de su tierra.

Porque tres cosas ocurren en Litoral Central: un amor por lo simple, un amor por lo poco ―o lo que podría no estar―, y una voz que reúne esas dos cosas en forma de devoción. Devoción que no deja de hacernos ver, sin embargo, la inserción de ese mundo íntimo en la acuciante realidad: “Perdona a esos industriales que no saben lo que hacen / Danos la fe de aguardar la lluvia para las verduras”. Esta es la experiencia que se lee en Litoral Central. El libro amadrina lo personal pero lo diferencia de lo privado, muestra lo íntimo pero lo diferencia de lo individual. Y esa experiencia hermana al lector con la poesía de este autor y con esta región que llamamos Sudamérica.

Pero algo especial pasa también en el poema “En el Bowen”, perteneciente a la primera sección del libro titulada “Vaguada costera”. Ahí leemos: “Te digo hay robles peumos y boldos para regenerar la tierra / y una flor de azar me respondes una flor de azar una flor de azar / y me calmo”. Y así Alfaro Palma la crea, un poco como pidiéndola y otro poco como agradeciendo. Y eso calma al lector, y —como dice el epígrafe del libro— nos devuelve al verano. 

El verano que devuelve esa flor de azar evocada por Alfaro Palma, podría leerse, incluso, como la tarea de la poesía. El detalle, mínimo y frágil, de esa flor restituye una historia que se ha encargado de arrasar la posibilidad de toda devoción frente a lo ínfimo. En esos versos leemos entonces también la tarea de la poesía: contar la historia que ni los gobiernos ni las instituciones de nuestra latitud han contado. Lo dice el mismo poeta en una entrevista: “Creo que gran parte de la historia la pudimos conocer gracias a la poesía. Y es nuestro valor moral frente al decaimiento de las instituciones”. 

En todo caso, hay algo cierto: la voz de Alfaro Palma es una mirada sobre las cosas. Eso llamamos su física: una mirada que le hace una piedad a la realidad que tenemos. Una piedad que le acaricia el lomo a la vida.