Baja el cierre de la bragueta. El pantalón cae fácil. No lo saca, lo deja retorcido sobre las zapatillas desabrochadas. Vuelve a sentarse. Abre las piernas. Corre la bombacha a un costado, no la baja. Se toca. El movimiento rítmico de sus dedos desliza el elástico. Baja la bombacha hasta las rodillas. El reloj de pared marca los segundos, pulsa el ritmo sobre el clítoris. Me toco un poco todos los días. Volver a entrenar. Mi mano sabe. Dos dedos alcanzan. Una partitura, percusión. Busco una imagen. Ni hombre ni mujer. Me alcanzo y sobro. Inspiro fuerte, exhalo. Un chispazo tenue. No necesita más. De a poco. No se exige mucho. Deja caer las manos al costado del cuerpo, gira la cabeza sobre los hombros. Relaja. Camina hasta el baño. Se lava las manos con agua y jabón. Sube el pantalón y vuelve a la lista.
***
Cuando pasa el temblor apoya la cabeza en el hueco. Está conmovido. Una fuerza gravitacional lo imanta, un cordón umbilical invisible lo ata al útero, la boca contra la vulva, la lengua que se estira larga en un esfuerzo inútil por llegar al centro. Entiende que debería soltarla, que el cuerpo hinchado le pide distancia, pero no puede. Hurga con el dedo, primero uno, después dos, tres que ensanchan esa boca voraz
que palpita y se retuerce para finalmente vomitar unas gotas de líquido claro que se vuelve tsunami que avanza y arrasa. Están en término, no es problema. Solo se trata de parir.
Editorial: Alto pogo
La Lista - Bibiana Ricciardi
Baja el cierre de la bragueta. El pantalón cae fácil. No lo saca, lo deja retorcido sobre las zapatillas desabrochadas. Vuelve a sentarse. Abre las piernas. Corre la bombacha a un costado, no la baja. Se toca. El movimiento rítmico de sus dedos desliza el elástico. Baja la bombacha hasta las rodillas. El reloj de pared marca los segundos, pulsa el ritmo sobre el clítoris. Me toco un poco todos los días. Volver a entrenar. Mi mano sabe. Dos dedos alcanzan. Una partitura, percusión. Busco una imagen. Ni hombre ni mujer. Me alcanzo y sobro. Inspiro fuerte, exhalo. Un chispazo tenue. No necesita más. De a poco. No se exige mucho. Deja caer las manos al costado del cuerpo, gira la cabeza sobre los hombros. Relaja. Camina hasta el baño. Se lava las manos con agua y jabón. Sube el pantalón y vuelve a la lista.
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Cuando pasa el temblor apoya la cabeza en el hueco. Está conmovido. Una fuerza gravitacional lo imanta, un cordón umbilical invisible lo ata al útero, la boca contra la vulva, la lengua que se estira larga en un esfuerzo inútil por llegar al centro. Entiende que debería soltarla, que el cuerpo hinchado le pide distancia, pero no puede. Hurga con el dedo, primero uno, después dos, tres que ensanchan esa boca voraz
que palpita y se retuerce para finalmente vomitar unas gotas de líquido claro que se vuelve tsunami que avanza y arrasa. Están en término, no es problema. Solo se trata de parir.
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