Mi reseña:

“Era evidente que habían esperado encontrar otra cosa. Habían imaginado un mundo más o menos parecido al suyo, solo que más sucio, y un poco más sórdido. Eliminar el vicio en un lugar donde el vicio era el fundamento mismo de la vida era un empresa casi imposible.”
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Comienza el año 1882 en Nueva York; la familia Stallworth, con el juez James Stallworth a la cabeza, lleva una vida de lujos y comodidades en uno de los barrios más cotizados de la Gran Manzana. Son republicanos y patriarcales, miembros de la iglesia presbiteriana, gozan de una infinidad de privilegios, son racistas y clasistas, y su principal interés es sostener una buena reputación y siempre mejorar su condición económica, por sobre cualquier cosa, incluso por sobre ellos mismos.
En otra zona de la isla, en el barrio El Triángulo Negro, se vive de otro modo. Ahí reina el robo, la prostitución adulta e infantil, los asesinatos y las adicciones. En la oscuridad de sus calles viven los excluidos, los juzgados, los discriminados, los que intentan sobrevivir, los que nacen sin oportunidades; y así vivirán, la condena eterna de haber nacido pobre. Ahí vive otra familia, la de Lena Shanks, una mujer que vive junto a sus hijas y sus nietes mellices de la reventa de mercancía robada y de los abortos clandestinos.
El asesinato con agujas para fumar opio de un prestigioso abogado conectará estos mundos tan cercanos y lejanos, y será el disparador de una temible venganza.
Agujas doradas es una novela de misterio y crimen, y, si bien no es mi género preferido, McDowell nos lleva a un mundo cinematográfico y lúgubre. Bien escrita y muy entretenida.

Editorial: La Bestia Equilátera